Con la convocatoria oficial a elecciones nacionales del 2014 por parte del Tribunal Supremo de Elecciones, resuena con mayor fuerza el fenómeno del abstencionismo. Sin embargo, tratado como un discurso sin contenidos analíticos y sí lleno de prejuicios y estigmatizaciones, el abstencionismo se vuelve una palabra vacía, capaz de decirlo todo y que no explica nada. Si, además, se le asocia con prácticas negativas por parte del electorado (abstencionismo como un “mal” de la democracia) se termina tomando un prejuicio como si fuera la causa real del problema.

Tales generalizaciones no permiten entender el abstencionismo como un proceso individual y colectivo, por cuanto: primero, cuando se habla de abstencionismo es necesario hacerlo en términos plurales y dinámicos, porque el fenómeno como tal, en su complejidad y diversidad, expresa esquemas mentales, contenidos y prácticas diversas.

Además, se necesita caracterizar rigurosamente a los sujetos abstencionistas también en plural, porque, tal como lo muestran estudios, las causas por las cuales las y los electores dejan de ejercer el derecho al voto son múltiples: pérdida de lealtad partidaria, descontento con los políticos, reacción en contra de los corruptos, apatía frente al proceso electoral,  sobresaturación de la propaganda política (demostrado por investigaciones desde las neurociencias).

Además, las prácticas abstencionistas son distintas por género, por escolaridades, por zonas geográficas, por razones generacionales, por condición socioeconómica y, en los tiempos actuales, hasta por razones de acceso a redes sociales y tecnología.

Poco ganan las y los electores cuando se les culpabiliza  por el no ejercer sus derechos de ciudadanía, y se les denigra reclamándoles que si no votan “pierden autoridad moral para criticar al gobierno y los políticos”.

Lo real es que los derechos no se pierden, y si los electores perciben que ni los partidos ni los candidatos los llegan a convencer para ejercer su derecho al voto porque sus  acciones y discursos se contradicen por completo, entonces nadie está obligado a elegir a quienes no les representan.

La tarea es educar en democracia, formar culturas de responsabilidad política en ciudadanías libres,  no aterrorizando con amenazas y castigos.